Historia del Perchel (Ciclo historia de Málaga)

Comenzamos nuestro ciclo por la historia de Málaga por El Perchel

Perchel fue el primer asentamiento urbano a las afueras de Málaga y que ya era el primer barrio extramuros de la ciudad hispanoárabe.





Separado de la ciudad hasta la demolición de sus muros, los percheleros fueron «aquellos» vecinos de la ciudad, los del otro lado del río Guadalmedina con tintes de libertarios y de vivir distinto, eran la consecuencia de un pensamiento y sistema social que parecían detenerse al borde de los murallones del río cuando al fin los tuvo para no inundarlo.

El Perchel, hoy en día ni la sobra de lo que fue, disfruta de pocas de las antiguas casas y calles como las de Ancha del Carmen, Peregrinos, Angosta del Carmen, Huerto de la Madera, Eslava, Salitre o Cuarteles, ya no se escuchan las algarabías, rumores y músicas urbanas que nos recuerdan la antigua plaza de Ortigosa o de San Pedro y Mamely, de las calles Esquilache, Cerezuela, Istúriz, Matadero Viejo, La Puente, Zúñiga, San Jacinto, Santa Rosa, Cerrojo, Huerta del Obispo…, en las que un abigarrado y concurrido friso humano hecho a todas las vicisitudes y carestías aprendió que ser perchelero lo era a costa de la propia persona, pues defender tal peculiaridad ciudadana de origen acarreaba no pocas dificultades para integrarse en la población intramuros.

Esta es la razón por la cual las gentes del Perchel, al igual que La Trinidad que juntos acabarían uniéndose a través del «Llano», tuvieron que desarrollar un sistema de vida siempre a la defensiva si los comparamos con los ciudadanos abrigados por las murallas árabes. Precisamente si Cervantes menciona los Percheles en su «Don Quijote», es por la circunstancia de que ya en el siglo XV era la zona con esa picaresca más que un retablo diseñado por tradicionales quehaceres urbanos.

Salieron del Perchel tantos de aquellos marengos que dieron leyenda y vida al rebalaje. De aquel barrio se nutrió la ciudad de sufridas tareas de la vendeja, la estacionalidad del cítrico y la almendra; sus animadas calles, escuela de vida al fin y al cabo, aportaron pimpis, bares donde la convivencia se transformaba en alegría, granujas y vividores de ocasión que, en no pocos casos, pusieron su talento al servicio de Málaga aportando arte y picaresca. Un perchelero, por la lógica de su situación social, sería siempre distinto a cualquiera de los habitantes de los múltiples barrios de Málaga

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